miércoles, 13 de noviembre de 2013

IMAGEN 1



Me despierto, bostezo sintiéndome como el rey de la sabana en aquella enorme casa con vistas a la playa, estiro mis articulaciones ya que estaban entumecidas por la relajación. ¿Qué pasa? Un silencio misterioso reina la casa, seguro que hoy deberían levantarse aún más temprano que de costumbre. Tengo un largo día por delante así que suelto un largo suspiro sonoro, me pongo en pie -tambaleándome por el impulso- y camino hacia el pasillo. Es muy raro que tanto dentro como fuera no se escuche el tránsito de los automóviles o la muchedumbre que camina con paso apresurado por las calles. Bajo las escaleras y nada, silencio. El aire está viciado de ello. La incertidumbre crece en mí tan rápido que no me doy cuenta de haber caído al suelo de rodillas, con una mano en el pecho y una respiración irregular. Intento acompasarla pero me cuesta, ahora mismo es un reto. Con costosos intentos fallidos, consigo ponerme en pie y abro la puerta con tanta fuerza que rompo uno de los cristales que la enmarcan. Salgo corriendo a ninguna parte, mirando a izquierda y derecha. Las playa desierta, ni un una persona, ni un barco en movimiento, ningún alma en pena. Parece que el tiempo se ha detenido, parece que el Fin del Mundo ha llegado y soy la única superviviente. No me gusta la sensación de soledad, estoy perdida, sola. ¿Qué puedo hacer? Nada, absolutamente nada, soy vulnerable. Termino rendida por el agotamiento emocional y físico y vuelvo a caer de bruces al suelo. Apoyo las manos en el suelo repleto de chinas que se incrustan en las palmas de mis manos. El pelo me cubre la cara por completo y comienzo a llorar, son lágrimas de decepción, de impotencia. Lo que soñaba se ha hecho realidad pero no era un sueño que quería que se realizase. De repente, siento un rozamiento, una mano en mi hombro. Es imposible, será imaginaciones más. Mente traicionera. Pero levanto la vista para asegurarme de que no me estoy volviendo loca y no lo habrá imaginado. Es él, tan bello como siempre, con aquel pelo castaño tan propio de él, rizado, desordenado, de tez morena, ojos miel capaces de hacerte perder el conocimiento y una sonrisa que podrá sustituir al Sol. Me susurra que todo va a salir bien al oído, me coge en brazos sin ninguna dificultad , como si mi peso fuese de pluma, y emprende el camino. No sé a dónde pero no me importa si es con él. 

Yanire Granados Gutiérrez.